México vive una crisis de violencias y violaciones a derechos humanos, incluido el fenómeno de la desaparición de personas. A la fecha, se cuentan a más de 110,000 personas desaparecidas y no localizadas. En el caso del estado de Baja California, la situación no es diferente.
Este es un proyecto Elementa DDHH que tiene como objetivo reunir información sobre la desaparición de personas en Baja California.
Desaparecer en Baja California es un espacio "vivo" con actualizaciones constantes para la construcción de la memoria colectiva.
Personas Desaparecidas
Fosas clandestinas
Baja California, la frontera en el extremo oeste de la República Mexicana que acuerdo con datos del Censo de Población y Vivienda (INEGI, 2020), el estado cuenta con una población de 3,769,020 personas. Su ubicación geográfica y la presencia de flujos migratorios son algunas de las características clave para entender la complejidad de lo que ocurre en la entidad.
El estado cuenta con siete municipios: Tijuana, Mexicali, Ensenada, Tecate, Playas de Rosarito, San Quintín y San Felipe; los dos últimos de reciente creación. Mexicali es la capital política, mientras que Tijuana se ha consolidado como capital económica y social.
La relevancia estratégica de Tijuana se debe, en gran medida, a que alberga la mayor cantidad poblacional del estado, con un total de 1,922,523 habitantes (51% del total), lo que lo posiciona como el municipio más poblado de la República Mexicana. Además, se trata del paso fronterizo más transitado del mundo y es considerada una de las ciudades más violentas a nivel mundial.
Información de la base de datos Con Copia Oculta indican que Tijuana representa el municipio con mayor número de personas fallecidas en eventos relacionados con la delincuencia organizada a nivel nacional.
De acuerdo con el Índice de Paz México(2023), Baja California es el tercer estado menos pacífico a nivel nacional y uno de los cinco estados con el mayor deterioro general de paz entre 2015 y 2022. Tanto en Tijuana, que ocupa uno de los primeros 10 lugares de los municipios más violentos del país, como en el resto de la entidad las manifestaciones de violencia son diversas y han alcanzado, en los últimos años, niveles alarmantes, lo que se traduce en múltiples y graves violaciones a los Derechos Humanos. Tal es el caso de la desaparición de personas, fenómeno que desde Elementa DDHH, hemos estudiado y del que apuntamos algunos elementos para su caracterización y entendimiento.
Figura 1.1 Este mapa fue obtenido del sitio de INEGI y modificado (no oficial) para mostrar la nueva subdivisión municipal del estado de Baja California.
Explicar lo que ocurre en Baja California necesariamente remite a su posición geográfica, a sus antecedentes históricos y a sus características políticas y culturales. De entre estos destaca que por su posición estratégica es un lugar disputado por diferentes grupos del crimen organizado que buscan controlar mercados ilegales, como lo son, por ejemplo, el de drogas y el de tráfico de personas. Es en este contexto que la desaparición de personas se comete, hoy por hoy, de manera generalizada, y se complejiza en función de una multiplicidad de fenómenos sociales con los que se encuentra y entrecruza.
Entre ellos, la frontera con Estados Unidos, la permanencia de la militarización, el creciente uso drogas, la existencia de flujos migratorios, de desplazamiento forzado, lo que a su vez incide en la habitabilidad de calle; prácticas que son utilizadas como pretexto para justificar detenciones arbitrarias y desapariciones; pero además son factores que dificultan la búsqueda de personas. Resulta difícil denunciar una desaparición si de antemano se sabe que quien la cometió es parte del Estado o está coludido con alguna autoridad.
Además, bajo la lógica de poblaciones desechables, las autoridades suelen criminalizar a las familias, ya sea por su origen o por su condición como habitantes de calle o usuarios de drogas, o sencillamente porque consideran que si la persona fue desaparecida es porque “en algo andaba”.También, destaca la violencia de género, muchas veces asociada a la trata de personas y relacionada con casos de desaparición que no fueron atendidos con la debida diligencia por parte de las autoridades estatales. Sin embargo, más allá de la disputa territorial entre organizaciones macro criminales y de los fenómenos estructurales que la rodean, la desaparición puede entenderse como un ejercicio de poder, en donde ciertos sujetos o grupos accionan sobre otros con la finalidad de dañar y destruir la individualidad humana.
Las personas que desaparecen en Baja California poseen perfiles distintos y vienen de diferentes contextos. Sin embargo, la desaparición es ya un fenómeno generalizado en el que todas las víctimas forman parte de un proceso caracterizado por la incertidumbre, la clandestinidad y la construcción de poblaciones desechables.
La pregunta que le sigue a ¿quiénes desaparecen? es ¿por qué desaparecen? Si bien la violencia puede responder parcialmente a esta interrogante, hay otras situaciones en la entidad que hacen de este fenómeno algo particular.
Figura 1.3 Fuente Elementa DDHH.
De acuerdo con datos de la Fiscalía General del Estado (FGE) existen en Baja California 17,306 carpetas de investigación abiertas por el delito de desaparición en un periodo que abarca del 01 de diciembre de 2006 al 31 de diciembre de 2022.
A nivel nacional el instrumento oficial para concentrar información sobre desapariciones es el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No localizadas (RNPDNO), cuya coordinación recae en la Comisión Nacional de Búsqueda y que, de acuerdo con la Ley General, debe estar interconectado, actualizarse en tiempo real y alimentarse con la información recopilada y enviada por las fiscalías y comisiones de búsqueda de cada entidad federativa.
Existe una disparidad de cifras reportadas en el RNPDNO y el número de carpetas abiertas que tiene la FGE, esto se debe a que la Fiscalía no ha cumplido con su obligación de enviar la información correspondiente a la Comisión Nacional de Búsqueda para que se publique en el Registro Nacional.
Figura 2.1 Número de carpetas abiertas por desaparición en Baja California. Cifras observadas por la Fiscalía General del Estado de Baja California.
A nivel estatal la tasa de desaparición en el 2022 alcanzó 72.6 personas desaparecidas por cada 100,000 habitantes, una tasa mucho mayor a los picos que se registraron en 2011 y 2012. A partir del 2018 los incrementos muestran una tendencia preocupante.
Figura 2.4 Fuente: Fiscalía del Estado de Baja California. Para la elaboración de esta gráfica se utilizó año de ocurrencia de lo desaparición.
La razón por la que es importante hablar de tasas junto con los números absolutos en el caso de reportes de desapariciones es porque los números absolutos pueden ser engañosos si se consideran sin contexto. Por ejemplo, si se informa que una ciudad tiene 50 casos de desapariciones en un año, podría parecer un número pequeño o grande dependiendo de la población total de esa ciudad. Si la población es de 10,000 habitantes, 50 casos serían significativos en términos proporcionales. Sin embargo, si la población es de 1 millón de habitantes, 50 casos podrían parecer relativamente bajos en comparación.
En la tabla podemos observar como Tijuana y Mexicali son los municipios con más registros de personas desaparecidas, sin embargo, si observamos la tasa Playas de Rosarito y Tecate son los municipios con más desapariciones por cada 100,000 habitantes.
Municipio | Total de personas | Tasa |
---|---|---|
Ensenada | 3,623 | 692.5 |
Mexicali | 5,708 | 537.8 |
Playas de Rosarito | 1,204 | 1,148.7 |
Tecate | 1,231 | 1,106.5 |
Tijuana | 5,540 | 316.8 |
Los datos sobre la edad y el sexo de las personas que están registradas como desaparecidas son muy importantes para dirigir acciones de prevención, así como búsquedas por patrones.
La tasa más alta de desaparición de mujeres, es para el rango de edad entre 12 y 18 años (52.6); mientras que para los hombres es en el rango de 26 a 35 (26.9). Llama la atención que la primera es el doble de la segunda. Es decir, hay un rango de edad muy predominante en la desaparición de mujeres, contrario al caso de los hombres.
Mexicali es donde se reportan más mujeres desaparecidas de una edad entre 12 y 18 años, mientras que Tijuana es donde más se reportan desapariciones de hombres entre 26 y 35 años.
Figura 2.2 Fuente: Fiscalía del Estado de Baja California. Los datos que se utilizaron para esta gráfica sólo incluyen los casos en los que el sexo y la edad sí fueron registrados.
Figura 2.3 Elaboración Elementa DDH con datos de la Fiscalía del Estado de Baja California.
Figura 2.4 Elaboración Elementa DDH con datos de la Fiscalía del Estado de Baja California.
Una fosa clandestina, según la Secretaría de Gobernación, es:
Figura 3.1 Hallazgos de fosas clandestinas por la Fiscalía General del Estado de Baja California, entre 2009 y 2023.
Para obtener información oficial sobre los hallazgos de fosas clandestinas de la FGEBC, se envió una solicitud de información a través de la Plataforma Nacional de Transparencia (PNT), que fue respondida el 16 de agosto de 2024.
Como se puede observar en la gráfica, la tendencia del número de fosas clandestinas encontradas ha ido creciendo, siendo el 2021 el año con el mayor número de fosas observadas por parte de la FGEBC.
Según los datos brindados por el Fiscalía del Estado de Baja California, entre 2009 y diciembre de 2023 el municipio con más hallazgos de fosas clandestinas es Tijuana (133), seguido por Mexicali (48) y Ensenada (69).
De estos datos, el que más alarma son las 23 fosas halladas en San Quintín pues fueron registradas entre 2020 y 2023.
El año con más registros de fosas en un municipio fue 2021 en los que se hallaron 38 fosas en Tijuana.
Municipio | Fosas | Cadáveres | Restos |
---|---|---|---|
Ensenada | 69 | 68 | 209 |
Mexicali | 82 | 82 | 876 |
Playas de Rosarito | 7 | 2 | 26 |
San Felipe | 1 | 1 | 48 |
San Quintín | 23 | 18 | 231 |
Tecate | 8 | 9 | 8 |
Tijuana | 133 | 143 | 577 |
Totales | 323 | 323 | 1,975 |
* El número de cadáveres y restos es aproximado ya que la forma en que se registran no es homologada.
Las deficiencias en la respuesta institucional de la Fiscalía para enfrentar el problema de la desaparición también se ven reflejadas en la falta de capacidad de sus servicios periciales para buscar, identificar y almacenar cuerpos, tareas de especial relevancia para atender los casos de personas desaparecidas y los hallazgos en fosas.
Baja California es de los estados con más rezago en la identificación de personas, ya que las autoridades no tienen la capacidad de identificar la gran cantidad de restos que localiza en fosas, lo que provoca que la mayoría terminen bajo resguardo del estado en fosas comunes.
Este modelo fue desarrollado en conjunto con el Programa de Derechos Humanos de la Universidad Iberoamericana (PDH Ibero), Centro de Investigación en Ciencias de Información Geoespacial (Centro) Geo y Data Cívica. A partir de datos de fosas clandestinas en Baja California halladas de 2009 a 2021, se utilizó la información de 52 puntos georreferenciados para desarrollar un nuevo modelo geoespacial que delimita zonas donde es probable localizar nuevas fosas clandestinas.
En abril de 2023, con motivo de la Brigada Estatal de Búsqueda, se les otorgaron áreas que arrojó el modelo para que fueran incluidas en sus búsquedas. De dichos puntos se obtuvieron dos hallazgos que fueron reportados en un comunicado publicado por la Brigada.
En materia de búsqueda de personas desaparecidas, la respuesta institucional por parte del estado de Baja California parece ser solo un estandarte legislativo para legitimar su cumplimiento que, hasta ahora, sigue pendiente.
Dentro del marco legal para la atención del fenómeno de la desaparición de personas destacan:
Las siguientes infografías contienen información sobre las autoridades involucradas en la búsqueda de personas en Baja California. Se incluyen las obligaciones por dependencia, los datos de contacto, nombres de las personas titulares, así como una lista de las cosas que se le puede solicitar a cada una de las dependencias.
Cada carrusel de infografías puede ser controlado con las flechas que tiene a los costados.
Los testimonios que se presentan a continuación no sólo dan cuenta del largo camino que los familiares de personas desaparecidas recorren para encontrarles: dolor, incertidumbre, obstáculos económicos, institucionales, políticos y familiares; sino que visibilizan las características que presenta el fenómeno de la desaparición forzada en particular.
Solo tenía 19 años cuando desapareció. Era mi bebé, mi niño chiquión, Luis Armando. Le gustaba cantarme canciones, ahora las escucho y cierro los ojos para verlo, recrear sus movimientos y recordar cómo se inventaba las letras para hacerme enojar. Era un buen hijo, el vicio que tenía no le impedía serlo.
Él siempre me avisaba dónde estaba y a qué hora llegaba a casa, esa noche no lo hizo, pero confiaba en él y lo dejé pasar. Al siguiente día, me fui a trabajar para distraerme, pero en la noche llegó el rumor de que a mi hijo lo habían levantado. De inmediato empezaron las preguntas sin respuesta. Pensé en la policía, tal vez se lo llevaron por andar haciendo algo malo, pensé en su amigo, pensé de todo, mi cabeza no paraba y mi corazón latía muy fuerte.
Figura 5.1 Luis Armando. 19 años.
Ya han pasado 3 años y 7 meses de no saber dónde está. Es doloroso cuando por dinero o por tiempo no puedo ir a buscarlo, me siento impotente y me parece injusto. ¡Vida, ¿por qué no me permites ir?! Mi hijo me puede estar esperando en esta búsqueda.
Solo tenía 19 años cuando desapareció. Era mi bebé, mi niño chiquión, Luis Armando. Le gustaba cantarme canciones, ahora las escucho y cierro los ojos para verlo, recrear sus movimientos y recordar cómo se inventaba las letras para hacerme enojar. Era un buen hijo, el vicio que tenía no le impedía serlo. Siempre tuvo miedo de que lo metiera a un centro de rehabilitación y aunque quise hacerlo, la situación económica no nos lo permitía. Siento que él lo necesitaba mucho y eso me dolía, el no poder hacer nada para ayudarlo.
El día que desapareció, el 2 de diciembre de 2017, se encontró con un amigo llamado Daniel Alejandro Peredas, que trabajaba en los transportes públicos llamados El Vigía, ese día traía el micro número 64, lo recuerdo muy bien. El joven llamó a mi hijo para que se subiera, luego arrancó y se fue. Jamás pensé que ese sería el último día que lo vería.
Él siempre me avisaba dónde estaba y a qué hora llegaba a casa, esa noche no lo hizo, pero confiaba en él y lo dejé pasar. Al siguiente día, me fui a trabajar para distraerme, pero en la noche llegó el rumor de que a mi hijo lo habían levantado. De inmediato empezaron las preguntas sin respuesta. Pensé en la policía, tal vez se lo llevaron por andar haciendo algo malo, pensé en su amigo, pensé de todo, mi cabeza no paraba y mi corazón latía muy fuerte.
Con mi esposo salimos a buscarlo, ya eran las 8 de la noche del 3 de diciembre. Fuimos a las delegaciones, a los hospitales y hasta buscamos al chofer del micro para preguntarle dónde había dejado a nuestro hijo. El hombre nos contó que lo había dejado en la misma colonia que él solo había pasado a cobrarle 300 pesos que le debía, pero yo sabía que no era verdad, que mi hijo no se iría a ningún lado así, no traía agujetas en sus tenis y su gorra la había dejado en casa, él no salía sin comer, sin bañarse y sin limpiar sus zapatos. Yo le dije que él sería el único responsable por mi hijo y que lo quería de regreso; no contestó y nos fuimos a casa a seguir esperando. Llegamos al amanecer sin respuestas de dónde estaba.
El 6 de diciembre tuvimos una luz de esperanza, pero se disipó rápidamente. Recibimos una llamada a las cinco de la mañana de una persona que decía que tenía a mi hijo y que teníamos que depositar 5.000 pesos si queríamos volverlo a ver. Conseguimos el dinero con mi esposo, lo depositamos, pero mi bebé nunca regresó. El dolor era cada vez más grande.
Lo seguí buscando por todas partes y cuando fui consciente de que no aparecía, me impactó con mucha crueldad. No podía creerlo, yo era ajena a que alguien desapareciera a una persona. No me cabía en la cabeza qué había hecho mi hijo para ser víctima de tanta barbarie. Intentaba recordar algo que me guiara a él, pero el dolor no me dejaba pensar, me sentía ida, acabada y sola.
Ya no sabía a quién recurrir, a dónde iba me preguntaban que, si Luis era vicioso, como si ese fuese motivo para que se lo llevaran. La vileza con la que me preguntaban, me hizo darme cuenta de que la sociedad es una fachada, que nadie te va a ayudar por el hecho de tener un hijo adicto.
Cuando mi familia se enteró de que Luis no aparecía, la mayoría me dio la espalda. Murmuraron cosas sobre él, me juzgaron sin saber nada y me dejaron sin explicación alguna cuando más los necesitaba. Me sentí como una cucaracha aplastada, me quería morir. Una vez intenté el suicidio, pero no lo hice por mi hija, por mi esposo y por Luis, ellos también me necesitaban, si me iba, ¿quién buscaría a mi hijo?
A pesar de lo doloroso que fue el inicio de la búsqueda, mi hermano nunca me ha dejado sola y con el pasar de los años mi familia se ha acercado nuevamente a mí, poco a poco, pero lo hacen, y estoy infinitamente agradecida con ello. Su presencia, así sea paulatina, me da fuerzas para continuar.
Había días buenos y días malos, pero aún así, ponía mi mejor cara e iba a las autoridades, siempre acompañada de mi esposo. Pensé que con la denuncia al chofer y contando los hechos que sabía, todo iba a ser más fácil y lo encontrarían, pero no. Publicamos la foto de mi hijo en redes sociales y semana y media recibí un mensaje de una sobrina que me decía que había una persona que quería hablar conmigo y que podría ayudarme, esa persona era Adriana Jaén del colectivo Siguiendo Tus Pasos.
Nos encontramos, ella me habló del colectivo y yo le conté mi caso. Me asesoró y me acompañó a pedir el expediente de mi hijo al Ministerio Público. A ella no le cerraron la puerta en la cara como lo hicieron conmigo tantas veces, exigió mi derecho y me lo dieron.
También conocí a las integrantes del colectivo, que en ese momento no tenía nombre. Me sentí en casa, solo ellas me entendían, solo ellas sabían lo que sentía, jamás pensé en encontrar personas que sintieran el mismo dolor que yo.
Con ayuda de Adri también fuimos a derechos humanos, donde me asignaron una psicóloga. Yo jamás había tratado con una, pero la necesitaba. Fueron varias sesiones en las cuales me sentí bien, me quité un poco de culpa, desahogué la impotencia y hablé del dolor amargo en mi interior. El colectivo ha sido de gran ayuda, especialmente porque sentí que finalmente no estaba sola, ya no éramos solo mi esposo y yo, éramos todas buscando a mi hijo, pero también buscando a todos los desaparecidos. Eso me fortaleció, ya no pierdo la esperanza de encontrar a Luis.
Al principio no sabía cómo ni dónde serían las búsquedas, pero luego descubrí lo doloroso que era. En vida, fuimos a los CERESOS donde nos dejaron ver a los presos, allí íbamos celda por celda mostrando la foto y preguntando por nuestros hijos. Todas esperando una buena noticia, ninguna espera una mala, pero, lamentablemente a mí me tocó. Cuando me acerqué a una de las celdas, alguien me dijo que ya no buscara a mi hijo, que él estaba muerto. Sentí que la tierra se abría y que caía en un hoyo profundo. No me salían palabras, ni preguntas, solo escuchaba lo que mis oídos no querían escuchar, las piernas ya no me sostenían y creí que caería en cualquier momento; tuvieron que sacarme de ahí porque ya no pude continuar. Tiempo después fuimos a los SEMEFOS y a los centros de rehabilitación. También fue muy duro, sus rostros se te quedan grabados en la mente.
En campo no sabía qué hacer, sólo observaba dónde podía haber un cuerpo y pensaba en quién tuvo el corazón tan duro para enterrar a una persona ahí. Cuando vi uno por primera vez el corazón me latía fuerte y las piernas me flaqueaban, solo le pedía a Dios que no fuese mi hijo. Sin embargo, también pensaba en que, si no era el mío, sería el hijo de alguien más, una madre que dejaría de buscar porque ya sabe dónde está. Son sentimientos encontrados, porque si yo encontrara a Luis así, me volvería loca, no lo toleraría.
La búsqueda es un trabajo emocionalmente duro, tanto en campo como en vida. Tal vez en la última hay esperanza, la ilusión de volver a ver y de volver abrazar sin importar el estado en el que esté; y si no lo encuentras, regresas a casa con la esperanza aún presente de que si no fue en esta oportunidad será en la siguiente. Pero las búsquedas también son un sacrificio económico de las familias. Da mucho coraje saber que las autoridades no hacen el trabajo que les corresponde, cuando acompañan a alguna búsqueda no se esfuerzan ni se ensucian las manos. Hay algunos que, si escarban, pero hay otros que solo miran, y cuando hay algún hallazgo, aprovechan para tomarse la foto y salir diciendo: “Los encontramos”. ¡Qué les pasa! En realidad, somos los colectivos quienes nos ensuciamos, quienes buscamos, quienes encontramos y quienes sufrimos.
Ya no confiamos en las autoridades, confiamos en los colectivos, ellos si desean encontrar a cualquier desaparecido y darle el descanso a una familia que está sufriendo. Personalmente, deseo que ninguna madre pase por esto de nuevo y espero con todas mis fuerzas encontrar a mi hijo pronto.
Mi hermano se llama José Ignacio, desapareció el 22 de marzo de 2018 en Los Mochis, Sinaloa, de donde es mi familia. Él es herrero y en ese entonces trabajaba para unas constructoras. Ese día se alistó para salir a tomar unas medidas, tenía sus herramientas afuera de la casa en la banqueta esperando a que pasarán por él, pero llegaron otras personas y se lo llevaron. Desde entonces no sabemos nada de él.
Cuando salgo a buscar siento mucha satisfacción porque no soy la única, somos muchísimas familias con la esperanza de encontrar a todos los desaparecidos.
Al final, siempre somos los familiares y los colectivos quienes hacemos las búsquedas, porque las autoridades no hacen su trabajo. Y les digo, si no lo van a hacer, pues dejen la silla vacía que yo sí me siento en su lugar.
Figura 5.2 Tomy Aguilar.
Cuando salgo a buscar siento mucha satisfacción porque no soy la única, somos muchísimas familias con la esperanza de encontrar a todos los desaparecidos. Al final, siempre somos los familiares y los colectivos quienes hacemos las búsquedas, porque las autoridades no hacen su trabajo. Y les digo, si no lo van a hacer, pues dejen la silla vacía que yo sí me siento en su lugar.
En mi caso, siento mucha impotencia porque he recibido pistas del paradero de mi hermano, pero no puedo ir allá. Cuando le conté a la rastreadora encargada del colectivo de Los Mochis en Sinaloa del supuesto lugar, ella hizo una llamada y luego me dijo que no teníamos permiso para ir. Pero, yo no me conformo con esas imposiciones, lo voy a buscar donde sea que esté con o sin permiso, no me voy a morir sin sacarlo y traérselo de vuelta a mis papás.
Mi hermano se llama José Ignacio, desapareció el 22 de marzo de 2018 en Los Mochis, Sinaloa, de donde es mi familia. Él es herrero y en ese entonces trabajaba para unas constructoras. Ese día se alistó para salir a tomar unas medidas, tenía sus herramientas afuera de la casa en la banqueta esperando a que pasarán por él, pero llegaron otras personas y se lo llevaron. Desde entonces no sabemos nada de él.
A partir del día en que nos dimos cuenta de que ya no regresaba a su casa, salimos a buscarlo con mi papá, mi mamá, su esposa, sus hijos y mis hermanas. Lo buscamos en los lugares donde había realizado trabajos semanas antes, con familiares, en hospitales, en centros de rehabilitación, en la cárcel y en la morgue. Buscamos en Guasave, Guamúchil, Navolato y Culiacán, y nada. Solo a los 20 días levantamos la demanda de desaparición hasta que convencimos a mi papá, que tenía mucho miedo de que hubiera represalias contra nosotros.
Tiempo después empecé a recibir amenazas en Sinaloa por buscar a mi hermano. Una vez llegué de una búsqueda en Guasave y en frente de mi domicilio me encontré con unos desconocidos. Me acerqué a ellos y me dijeron: “Sabemos de dónde viene, sabemos qué anda haciendo. Deje de hacerlo por respeto a su familia, acuérdese que usted tiene dos hijas. Ya no busque a su hermano, su hermano está muerto”.
Yo no tenía miedo y les respondí: “Mira, no sé quién seas, de dónde vengas, si vienes del gobierno, si vienes de algún municipal, de algún federal, no sé qué debía mi hermano, no sé qué fue lo que pasó, pero si él hizo algo malo ya lo pagó con su vida. Lo único que te digo es que le digas a tu jefe, quien te haya mandado, que me entregue el cuerpo, no más que me diga dónde lo dejaron, es lo único que yo quiero. Yo no busco culpables, yo solo quiero el cuerpo para entregárselo a mis papás, a mí me duele lo que pasó, pero a ellos más. Verlos morir en vida, verlos cómo se están acabando es lo más feo. Así que dile a quien te haya mandado que no les tengo miedo”.
Todos los días estaban ahí, viendo, esperando, algunas veces armados; nunca me agredieron ni me faltaron al respeto. Yo no me sentía amedrentada porque no andaba haciendo nada malo, yo no andaba buscando quién lo hizo, sino buscando el cuerpo de mi hermano. Sin embargo, por mis hijas y el temor de mi familia tomé la decisión de desplazarme y así fue como llegué a Baja California. Desde aquí continué con la búsqueda, aún le hablo por teléfono a la funcionaria del Ministerio Público en Sinaloa para saber cómo va la investigación, pero nunca hay avances. En noviembre de 2020 pedí que me leyeran el expediente y me respondieron con preguntas: que, si yo tenía más información, que, si yo había investigado algo, prácticamente que yo haga el trabajo por ellos.
De mi familia, hasta la fecha, soy la única que sigue buscando a José Ignacio, así que intento hacer todo el proceso desde aquí; pero, por ejemplo, para poder hacer mi demanda federal debo estar en el estado donde ocurrió la desaparición, es decir en Sinaloa, pero por la pandemia el proceso está interrumpido y debo esperar hasta que se componga el asunto. Igualmente, desde que las autoridades se han negado a ir a buscar o llevarme al punto donde posiblemente están los restos de mi hermano, no he querido dar más información, no vale la pena, porque desgraciadamente el gobierno es la delincuencia organizada. Ellos son los que mandan, no mandan las autoridades.
Con el tiempo y con la experiencia en búsqueda me he dado cuenta de que las autoridades tampoco respetan el dolor e incertidumbre de las familias. Esto sucede con la ‘segunda desaparición’, como le llamamos con nuestras compañeras al secuestro de los restos no identificados por parte de la Fiscalía. Familias esperando semanas, meses, años para que le entreguen al familiar, luego de que ellas lo hayan hallado, pero solo reciben miles de pretextos. En marzo de este año (2021) hicimos una marcha exigiendo que se diera respuesta de 200 cuerpos que estaban en manos de la Fiscalía, logramos que 10 de ellos se entregarán a los familiares.
La verdad es que esos logros son el resultado de la unión del colectivo. Estoy muy agradecida con Siguiendo Tus Pasos, porque gracias a ellas entendí los procesos, me enteré de todas las instituciones y de los apoyos económicos, me abrazaron, me dieron su apoyo y perdí el miedo. Cuando llegué a Baja California fue muy triste y desesperanzador, no tenía trabajo ni casa ni comida, lloraba por dejar a mi familia y por ver que las autoridades no movían ni un dedo. Sentí el rechazo en mi trabajo -me echaron- y de otras familias por tener un familiar desaparecido, pues tenían miedo de que la desaparición de mi hermano haya sido por temas de delincuencia y esto recayera en ellos.
Nadie puede juzgar a alguien por tener un familiar desaparecido, no saben lo que se siente, se necesita estar en su lugar, en sus zapatos, para poder juzgar. Gracias a Dios, con las terapias psicológicas, ya puedo hablar sin llorar, aunque aún duele como el primer día. A veces me invaden las preguntas sobre por qué o qué hizo él para que le hicieran eso. Yo nunca lo vi en nada, nunca lo vi con dinero, nunca anduvo con lujos, nunca lo vi armado; y si fue por eso, digo: “¿qué fue lo que pasó? ¿en qué momento se metió?”. Son muchas las preguntas que aún me hago.
En las búsquedas también hay nervios, depresión, dolores de cabeza, todas las enfermedades le pasan a uno, y solo queda echarle ganas y seguir adelante. Ir a campo es una esperanza, es pensar que puede ser mi hermano o mi familiar el que hallemos, y aunque ya cuando se encuentra y te das cuenta de que no lo es, te alegras porque sabes que alguien va a tener felicidad, que va a haber paz en un hogar.
Esperanzas de encontrar a José Ignacio con vida ya no tengo. Sé que él ya no está con nosotros, hay pruebas y evidencias fuertes, mis papás lo saben y claro que duele, duele mucho. Me ha costado mucho trabajo dejar a mi mamá, enferma y deprimida, pero verla llorar y escucharla decir: “tráeme a mi hijo, tráeme a tu hermano”, me afecta demasiado. Es triste ver cómo se va desgastando día a día tu familia y no poder hacer nada. Pero como dije al inicio, no importa que esté en otro estado o que no reciba el apoyo de las autoridades, no me voy a morir sin sacar a mi hermano y traérselos de regreso a mis papás.
Llegué a Tijuana por obligación y no por gusto. Antes vivía en Michoacán, donde nací y crecí junto a mis padres y hermanos. Allí conocí al padre de mis hijos y, también allí, fui amenazada por gente con la que él estaba involucrado. Aunque nosotros llevábamos dos años sin vivir con él, amenazaron con matar a mis hijos y a mí en venganza.
Tuve que huir al instante. Desde Michoacán, gente conocida me ayudó a llegar a Baja California y a instalarme. Llegué aquí en junio de 2019, como no conocía nada ni a nadie, tuvimos que vivir de casa en casa durante un tiempo. Pasaron 4 meses para que alguien de mi familia viniera a visitarme.
La pesadilla empezó el siete de enero de 2020, cuando mis vecinos secuestraron, desaparecieron y privaron de su libertad a mi hermano. Ese día, Óscar Arbizu Estrada –conocido como El Negro– llegó a mi casa y le pidió a mi hermano que le ayudara a arreglar una bicicleta, que él le iba a pagar por eso. José Miguel me comentó y como estábamos pasando por una situación económica difícil, le dije que estaba bien.
Figura 5.3 Mónica Martínez.
Llegué a Tijuana por obligación y no por gusto. Antes vivía en Michoacán, donde nací y crecí junto a mis padres y hermanos. Allí conocí al padre de mis hijos y, también allí, fui amenazada por gente con la que él estaba involucrado. Aunque nosotros llevábamos dos años sin vivir con él, amenazaron con matar a mis hijos y a mí en venganza.
Tuve que huir al instante. Desde Michoacán, gente conocida me ayudó a llegar a Baja California y a instalarme. Llegué aquí en junio de 2019, como no conocía nada ni a nadie, tuvimos que vivir de casa en casa durante un tiempo. Pasaron 4 meses para que alguien de mi familia viniera a visitarme. A finales de noviembre, mi hermano menor, José Miguel, vino a pasar navidad conmigo antes de retomar sus estudios en enero.
Tenía 17 años, era un niño tranquilo que había crecido en el campo. Estudiaba en la secundaria abierta y estaba trabajando con mi hermana en la siembra de maíz, trigo y fresa. Su plan era venir a pasar navidad conmigo y regresar el 13 de enero para retomar la siembra de fresa: fumigar, preparar la tierra y demás. Para mi hijo Ismael, José Miguel era como un padre, era cariñoso y compartía con él todas las actividades que hacía; y, para mí, José Miguel era como un hijo, que me seguía a todas partes.
La pesadilla empezó el siete de enero de 2020, cuando mis vecinos secuestraron, desaparecieron y privaron de su libertad a mi hermano. Ese día, Óscar Arbizu Estrada –conocido como El Negro– llegó a mi casa y le pidió a mi hermano que le ayudara a arreglar una bicicleta, que él le iba a pagar por eso. José Miguel me comentó y como estábamos pasando por una situación económica difícil, le dije que estaba bien.
Trajeron la bicicleta esa tarde y se reunieron fuera de mi casa para empezar a trabajar en ella. Estuvieron toda la mañana en eso, almorzaron aquí, compartieron con Ismael y luego fueron a traer una lata de pintura y una llanta, y así estuvieron todo el día. El muchacho Óscar se fue un rato y después regresó para pedirle a mi hermano que fueran a entregar la bicicleta. Al principio, él se negó porque iba a comer, pero yo aproveché y le pedí que fuera por tortillas y una soda, así que aceptó, agarró su mochila, el balón y salió con El Negro. Después de eso, mi hermano ya no regresó.
Al siguiente día, a eso de las ocho de la mañana, la señora Marta Liliana Estrada Arellano, la mamá de El Negro, fue a mi casa a decirme que supuestamente la policía había detenido a los muchachos, ella se presentó como Leticia y dijo que su hijo se llamaba Humberto. De inmediato le marqué a mi pareja y le conté lo que pasaba, él pidió permiso en el trabajo para acompañarme a buscar a José Miguel. Cuando llegamos donde las autoridades a pedir información, no había nada y descubrí que la mujer me había dado nombres falsos.
Luego, decidí ir a interponer la denuncia de la desaparición a las instalaciones de CAPEA (Centro de Apoyo a Personas Extraviadas y Ausentes), pero no me la aceptaron por el tema de las 72 horas y porque según los funcionarios, mi hermano no estaba desaparecido, andaba de vago con sus amigos. Salí de allí y esperé al siguiente día para regresar bien temprano a hacer la denuncia. Llegué a las ocho de la mañana, me ignoraron todo el día y solo hasta a las tres de la tarde me atendieron.
Fue en cuestión de días que me enteré, preguntándole a los demás vecinos, que El Negro no estaba desaparecido, que solamente mi hermano lo estaba. Más adelante, me topé en el parque con la bicicleta que los muchachos habían arreglado y vi que la que El Negro había llevado ese día, estaba afuera de su casa. Todo indicaba que esa familia sabía qué había pasado con José Miguel. No lo pensé ni un segundo y fui directamente a la casa de la señora a reclamarle que por qué la bicicleta que mi hermano había arreglado estaba en el parque y que por qué la bicicleta de su hijo estaba ahí en su casa. La señora se quedó sorprendida y me inventó un montón de excusas. Mi instinto de una vez me alertó y supe de inmediato que esa señora y su hijo le habían hecho algo a mi hermano.
Empecé mi búsqueda, iba insistentemente a las oficinas de CAPEA y esperaba lo que tuviera que esperar. La mayoría de veces tuve que ir con mis hijos porque no tenía con quién dejarlos; pero la pasábamos muy mal. Fuera del lugar no había donde comprar de comer y, para rematar, los funcionarios nos dejaban afuera de las instalaciones todo el día, sin ni siquiera dejarnos entrar al baño. En una de esas ocasiones, conocí a una compañera del colectivo Una Nación Buscando-T.
Reciente a la desaparición de mi hermano, también conocí a Angélica Ramírez, del colectivo, ella fue un ángel caído del cielo. Se convirtió en mi familia, me protegió, me ayudó y me enseñó. Ella estuvo conmigo en momentos trascendentales de la investigación y de mi vida personal, uno de ellos fue el 15 de enero cuando la familia de El Negro intentó extorsionarme. Días antes la señora Marta Liliana me había pedido mi número de celular para estar en contacto conmigo en caso de que, supuestamente, la policía soltara a los muchachos. Como yo sabía que ella me había dado un nombre falso, yo guardé su contacto como: “Mamá de El Negro”.
El 14 de enero, la señora me habló. Me preguntó si quería volver a saber de mi hermano, como retándome. Yo reaccioné de inmediato y le dije que ya sabía toda la verdad, que yo sabía que ellos le habían hecho algo a mi hermano. En respuesta la mujer me insultó y me dijo que me callara si no quería que me mataran y “enmaletaran” a mis hijos. Luego colgó.
Ese mismo día me quisieron levantar a mí y a mis hijos ahí en Laureles, pero la policía alcanzó a llegar y nos sacaron de allí. Tras ese intento, tuvimos que pasar la noche en un hotel. Al día siguiente, la señora me escribió que, si quería volver a ver a mi hermano con vida, tenía que pagarle un dinero que supuestamente él le debía. Me pidió 10 mil pesos, que los quería para las 7:45 pm. Obviamente, yo no los tenía.
Decidí ir a CAPEA y enseñarles los mensajes y mostrarles que la señora si estaba vinculada en el caso, pero solo me dijeron que no hiciera caso, que era normal, que lo único que estaban haciendo era tratar de extorsionarme. Entonces, hablé con Angélica. Ella sí me ayudó. Se contactó con un licenciado que nos recomendó solicitar ayuda al 911 para que pudiéramos ingresar a la casa de esa familia.
Las personas del 911 llegaron y hablaron con el esposo. El señor negó a su esposa por completo. En la impotencia y la desesperación para que dieran la cara, empecé a gritar que me entregara a mi hermano, que yo les iba a pagar, pero que me lo entregaran. Después salió la señora y no quiso hablar conmigo, habló con una de las compañeras del colectivo; según dijo la señora, era su esposo el que estaba pidiendo dinero, pero que ella no sabía nada. Entonces, el señor habló con la policía y la policía habló con el señor. Finalmente, lo convencieron y me dejaron entrar a la casa, pero cuando ya lo iba a hacer, la señora me empezó a jalar de la chamarra y gritaba: “No te vas a meter”.
Logré entrar y al tiempo en que la señora me empezó a jalonear, tropecé con la mochila de mi hermano. La levanté, tenía sus documentos y su balón. Empecé a gritar desesperadamente: “Es la mochila de mi hermano, entréguenmelo por favor, no le hagan daño, yo les doy el dinero”. La policía me tuvo que sacar de ahí y me dejaron con Angélica. En ese momento yo tenía tres meses de embarazo, esperaba gemelos, y con todo lo que estaba pasando, me empezó un dolor horrible en el vientre y sangré.
Mientras me tranquilizaban, la señora salió a decir que mi hermano estaba en un cerro, que fuera a buscarlo allá. Yo quería ir, pero la policía no me dejó hacerlo. El caso de mi hermano lo catalogaron como secuestro y me mandaron a hablar con la licenciada Lupita Gutiérrez, la MP (la funcionaria del Ministerio Público). Ella me mandó a CAPEA para que tomaran una declaración de que había visto la mochila allá. Pasaron más de veinte días para que los funcionarios fueran a recoger la mochila. Ahora está en CAPEA, pero no han hecho ninguna investigación de cómo fue a parar la mochila allá.
A la semana de ese incidente, una vecina de la familia de El Negro me enseñó un video del día de la desaparición de mi hermano. En la grabación se ve cuando mi hermano entra al domicilio, pero él nunca sale. Aunque dimos el aviso a las autoridades, la Fiscalía no quiso solicitarlo, y ahora la dueña tuvo que irse de aquí, porque la estaban amenazando.
Después de todo lo que ha pasado, estoy segura, más que nunca, que esa familia sabe dónde está mi hermano. Aunque digan que fueron otras personas las que se lo llevaron, para mí, ellos son los únicos responsables de lo que ha pasado. Ellos me han amenazado, han intentado atentar contra mi vida, son los únicos que han pedido rescate por él y son los que tenían las cosas de José Miguel en su casa. Yo sé que ellos saben dónde está mi hermano.
A pesar de que las autoridades conocen la relación de esas personas con la desaparición de mi hermano, no han hecho mucho, así que yo sigo al frente del cañón buscando. En este año de búsqueda mi vida ha cambiado radicalmente. Antes, yo no sabía leer ni escribir, pero dadas las circunstancias y la necesidad de acudir a las autoridades, de revisar expedientes y demás, aprendí. Lamentablemente, perdí a mis bebés, los que estaba esperando. El impacto emocional y físico durante la búsqueda y los enfrentamientos con mis vecinos, desencadenaron en un aborto instantáneo. Tuve que aguantar mucho dolor, hambre, insomnio, incertidumbre, responsabilidad y culpa. Tras la desaparición de José Miguel me quedé sola, mi familia me abandonó y me culpó de lo que había pasado. También, tuve problemas con mi pareja, a raíz de la muerte de los bebés, así que viví en la calle por tres días y durante otros tantos me recibieron en algunas casas. Ha sido una experiencia horrible.
Cuando mi hermano llegó aquí, yo empecé a trabajar en un abarrotes, tras su desaparición, dejé de trabajar, me dediqué 100% a la búsqueda. Ahora vivo del sueldo de mi pareja, pero estamos endeudados hasta el cuello, hemos tenido que pasar días sin comer, han pasado días en que mis hijos se han enfermado y no hemos tenido para llevarlos al doctor, Angélica es testigo. Ella me ha ayudado, me ha prestado o regalado dinero. Las compañeras del colectivo se convirtieron en mi familia, porque mamá y hermanos ya no tengo, ellos me culparon y me dieron la espalda. No tengo su apoyo, pero sí el de tantas personas que me quieren a mí, a mis hijos y sobre todo a mi hermano.
En las búsquedas en campo he conocido a personas maravillosas, todas con el propósito de encontrar a todos los desaparecidos, eso ha sido algo muy bonito. Tristemente, uno solo se une a las búsquedas cuando tiene un familiar desaparecido, pero es tan bonito tener esa satisfacción de que alguien más encontró a su familiar, y de que van a tener paz en su alma y en su familia cuando regresen a casa.
Sé que Dios es grande, Dios sabe solamente por qué me puso en este camino. Yo he encontrado personas y le he dado un descanso a varias familias, y por eso sé que el día de mañana Dios me va a recompensar volviendo a encontrar a mi hermanito, ese es mi propósito de vida. Como dice Angélica, tengo algo en mis pies que me lleva a dónde hay personas; digo yo, que ellos me eligen a mí. Algún día alguien va a encontrar a mi hermano porque él los va a elegir para que lo hallen.
La primera vez que fui a una búsqueda en campo fue en la Segunda Brigada de los desaparecidos en Baja California. Mis manos se ampollaron, me dolían los pies, tenía mucha hambre y no podía más; lloré porque ya no podía picar ni escarbar, pero la gente me alentaba, me decía: “Tienes que buscar a tu familiar, no puedes rendirte. Todo el dolor que tienes y la ansiedad de encontrar a tu hermano, sácalo aquí”. Entonces me acordaba de la cara de mi hermano, de su sonrisa, de sus bromas, y me paraba y seguía picando.
Sacamos 11 cuerpos en la casa del Maclovio, el primero lo encontré yo. Sentí algo en mis pies que me llevó a él, luego solo piqué. Nunca los he desenterrado, no tengo el valor, en cambio siento mucho coraje y tristeza de ver cómo terminamos, de pensar cómo alguien tiene el corazón de hacer ese daño. He tenido varios hallazgos, todos me dan mucha alegría, porque sé que su familia los va a recuperar y pienso en lo que haré cuando encuentre a mi hermano. Tendremos un lugar donde llorarle, donde mi hijo Ismael pueda visitarlo. Le cumpliré la promesa a mi hijo de traerle de regreso a “su papá”, como él le llamaba a José Miguel.
Las búsquedas se han convertido en mi vida y el colectivo en mi familia. Ser parte de Una Nación Buscando-T es lo más bonito que me ha podido pasar. Si alguna mamá no tiene para ir a buscar a su hijo, entre las demás hacemos rifas, nos apoyamos, nos abrazamos y nos alimentamos. Si yo no tengo nada que comer mis compañeras no me abandonan y si ellas no tienen, las ayudo, porque las quiero y ellas me quieren a mí.
Además, en el colectivo he aprendido mucho, Angélica nos mantiene con los ojos bien abiertos. Ella nos enseña y nos defiende. Cuando voy a CAPEA y no me atienden en todo el día, Angélica se molesta porque no le gusta que nos humillen y nos griten. La verdad es una gran mujer, a pesar de que ella no tiene un familiar desaparecido, admiro muchísimo su labor. Desearía que hubiera miles de Angélicas en este mundo.
Cuando me puse en huelga de hambre, Angélica estuvo ahí. En esa ocasión, me sentía frustrada por haber perdido a mis bebés, por las amenazas, por la falta de dinero y por ver que no había avances desde las instituciones, así que inicie una huelga. Los de CAPEA me echaron al DIF (Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de las Familias) para que me quitará a mis hijos, Angélica me defendió y se hizo cargo de los niños. Pero gracias a esa huelga, ha habido avances en la investigación de mi hermano, le solicité apoyo al presidente Andrés Manuel López Obrador y me hablaron de la Secretaría de Gobierno; por parte de Fiscalía, me dijeron que la carpeta no debía estar en desaparición sino en secuestro porque me pidieron rescate por mi hermano, pero seguimos trabajando en ello.
Todas estas enseñanzas y avances se los debo a Angélica. Con ella he aprendido a defender a mi hermano, a defenderme a mí, pero sobre todo a defender a mis hijos. Gracias a ella hoy en día soy fuerte, sé hablar por mi hermano, sé hablar por mí, sé hablar por mis compañeras. Yo ya no dejo que ninguna mamá pase por lo que yo pasé, si yo veo que en CAPEA hay una mamá sin atender, voy y le digo: “Mira, haz esto, ve a derechos humanos, pide el apoyo, no te quedes aquí, tu hijo te necesita, únete a los colectivos, tenemos que unirnos porque solamente nosotras los vamos a encontrar”.
Angélica es mi enseñanza, mi familia, ella fue todo cuando yo no tenía nada. Cuando mis bebés murieron, ya no tenía ganas de vivir, yo sentía que el mundo se me acababa, pero ella fue mi brazo fuerte, ella me dijo: “Levántate porque tu hermano te necesita, tus hijos te necesitan”. No hay palabras para decir lo agradecida que me siento con ella.
Respecto a la investigación sobre mi hermano, la verdad, desde los diez días de la desaparición sabemos quién lo hizo. Pero, aunque hay pruebas, hay testigos, hay videos y hay personas señaladas, no creo que la justicia llegue, porque la Fiscalía de Baja California está controlada por el crimen organizado. En estos momentos, lo único que deseo es encontrar a mi hermano y regresar a mi pueblo con mis hijos. Buscar un lugar donde nadie nos pueda hacer daño, donde puedan volver a ser felices, donde puedan salir a jugar y donde mi hija pueda ingresar a la escuela.
Ahora mi vida está en las búsquedas y mi propósito de vida es encontrar a todos los desaparecidos, no solo a mi hermano, a todos. Quiero ayudar a las familias, quiero evitar que haya más desaparecidos, y que, si los hay, podamos encontrarlos para que nadie más viva este infierno. Quiero que mis hijos crezcan y no sigan viendo todo esto, que no pasen por lo mismo que pasó con mi hermano.
El 7 de julio de 2008, Ernesto García Muñoz, mi hermano mayor, fue secuestrado y posteriormente desaparecido en Ojos Negros, Ensenada. Después de 13 años de un proceso de investigación lento y en sus inicios, casi inexistente, ya solo espero encontrar una respuesta al cómo y por qué… por qué él.
Semana y media después del secuestro de Ernesto –frente a su tienda de abarrotes a manos de personas que se movilizaban en 2 camionetas blancas–, recibimos una llamada de los secuestradores exigiéndonos 4 millones de pesos. Durante ese período de llamadas pidiendo el rescate, nos amenazaron y nos señalaron que no debíamos acudir a la policía. No lo hicimos, pero no por la intimidación, sino porque ya habíamos visto el nivel de desfachatez que había en ese tiempo entre el crimen organizado y las policías ministeriales y municipales, así que decidimos descartar a las autoridades y buscar asesoría alterna.
Figura 5.4 Ernesto García Muñoz.
El 7 de julio de 2008, Ernesto García Muñoz, mi hermano mayor, fue secuestrado y posteriormente desaparecido en Ojos Negros, Ensenada. Después de 13 años de un proceso de investigación lento y en sus inicios, casi inexistente, ya solo espero encontrar una respuesta al cómo y por qué… por qué él.
Los 10 años siguientes a la desaparición, las respuestas sobre el proceso de búsqueda fueron evasivas y mezquinas por parte de las autoridades. Fui al Ministerio Público y me dijeron que necesitaba el formato de carpeta de averiguación, pero cuando llegué a pedir la carpeta de denuncia del secuestro de mi hermano, la respuesta fue “eso solamente se lo podemos dar al afectado”; es decir, a Ernesto, desaparecido. Pero esa no fue la primera vez que las autoridades han representado un obstáculo, más que un apoyo en nuestra búsqueda.
Semana y media después del secuestro de Ernesto –frente a su tienda de abarrotes a manos de personas que se movilizaban en 2 camionetas blancas–, recibimos una llamada de los secuestradores exigiéndonos 4 millones de pesos. Durante ese período de llamadas pidiendo el rescate, nos amenazaron y nos señalaron que no debíamos acudir a la policía. No lo hicimos, pero no por la intimidación, sino porque ya habíamos visto el nivel de desfachatez que había en ese tiempo entre el crimen organizado y las policías ministeriales y municipales, así que decidimos descartar a las autoridades y buscar asesoría alterna.
Mi hermano Carlos tuvo que vivir el calvario de llevar el rescate. Fue acompañado por otras personas a distancia y discreción, ya que los delincuentes estaban monitoreando su teléfono celular y le iban dando indicaciones del lugar de entrega del dinero. Una vez que le señalaron dónde lo dejara, le dijeron que revisarían que no estuviera marcado y que después le devolverían la llamada para contarle dónde estaba mi hermano. Nunca nos volvieron a contactar. Tratamos de llamar al número telefónico, pero ya no contestaron ¿Qué podíamos hacer? Ya no teníamos información de nada, habíamos regresado al inicio. Estábamos viviendo en un desierto de incertidumbre, cansancio y culpa, pero pronto encontraríamos agua.
En 2018 una compañera, a quien le habían desaparecido a su hijo años atrás, le comentó a un amigo de mi hermano Carlos, que pertenecía a un colectivo al que nos podría interesar unirnos. Siguiendo Tus Pasos fue el oasis en el desierto. ¿Por qué? Porque si hay algo que internamente todos los familiares de desaparecidos tenemos en común, es esa culpabilidad de que no hicimos lo suficiente, y llegar al colectivo y que después de 12 años se agilice el proceso, que, en el Ministerio Público, por ejemplo, me entreguen el número del expediente sin ‘peros’ y que empiecen a atendernos, eso es como devolvernos un poco la vida.
Empecé a ver una realidad que antes desconocía, no éramos los únicos con un familiar desaparecido, había más familias. Antes nos sentíamos solos, escuchábamos casos de secuestro en Tijuana, pero nada en Ensenada. Gracias al colectivo encontramos personas que entendían nuestra búsqueda y nuestro sentir. Para mí, Ernesto era como un papá, me llevaba 17 años y, aunque yo tuve y tengo a mi papá, él se hizo cargo de mí cuando me vine a trabajar aquí. También me motivaba a tener expectativas propias e ilusiones de conocer el mundo.
Después de su desaparición, yo me enfoqué en lo laboral y me hice cargo de sus negocios, pero intento acompañar las jornadas de búsqueda en el colectivo. Hay algunas de las compañeras que no todo el tiempo lo pueden hacer, pues se ven afectadas económicamente, en tener que desplazarse, al dejar sus obligaciones de casa o al tener que pedir permiso en el trabajo. A lo mejor yo que no tengo hijos, no tengo un esposo, no tengo un núcleo que dependa 100% de mí, si me tengo que ir a un lugar, pues tengo el tiempo y el propósito, lo hago y no me perjudica. Sin embargo, no he regresado a las búsquedas en campo, luego de que en la primera a la que asistí hubiera un positivo, es decir hallamos los restos de una persona. Me afectó, son jornadas muy duras por muchas razones y decidí no volver.
Desde que llegamos al colectivo el caso de mi hermano Ernesto pasó a manos de la Fiscalía General y actualmente están en revisión del material genético. Para mí es algo que todavía no lo puedo creer. Aún así, yo personalmente ya no espero encontrar a mi hermano, pero si espero tener una respuesta al cómo y por qué… por qué él.
Quienes tenemos un familiar desaparecido vivimos con el enojo de no poder darles un final. No sabemos si siguen vivos o muertos, y esa incertidumbre nos detiene de hacerles un entierro o al menos concederles un lugar físico y seguro donde sus hijos, nietos y bisnietos los recuerden; un lugar dónde puedan dejarles flores, ponerles velas y, si es día de muertos, hacerles un altar.
Antes, cuando extrañaba a mi papá y me acordaba de él, siempre omitía la parte violenta, la parte de la desaparición. Más adelante, cuando me involucré al colectivo, me movieron la cabeza y me hicieron darme cuenta de la gravedad de la situación, que no es sólo extrañar, es enfrentarse a la realidad de que alguien se lo llevó, de que alguien nos lo arrebató, de que hay impunidad y de que no está bien desaparecer a una persona.
Figura 5.5 Jesús M.
Antes, cuando extrañaba a mi papá y me acordaba de él, siempre omitía la parte violenta, la parte de la desaparición. Más adelante, cuando me involucré al colectivo, me movieron la cabeza y me hicieron darme cuenta de la gravedad de la situación, que no es sólo extrañar, es enfrentarse a la realidad de que alguien se lo llevó, de que alguien nos lo arrebató, de que hay impunidad y de que no está bien desaparecer a una persona.
Quienes tenemos un familiar desaparecido vivimos con el enojo de no poder darles un final. No sabemos si siguen vivos o muertos, y esa incertidumbre nos detiene de hacerles un entierro o al menos concederles un lugar físico y seguro donde sus hijos, nietos y bisnietos los recuerden; un lugar dónde puedan dejarles flores, ponerles velas y, si es día de muertos, hacerles un altar.
En mi caso, ni siquiera lo pienso por mí sino por él, por su propia existencia y por su dignidad; alguien tan contento, tan feliz, tan sano –física y mentalmente– merece un final. Igualmente, mis hermanas menores, que probablemente no van a tener un papá con quien compartir momentos lindos, como yo sí pude; por eso, me gustaría darles un suspiro, una forma para que estén más tranquilas.
Este año es el tercer aniversario de su desaparición, fue el 5 de abril de 2018 en Culiacán. Mi papá se llama Jesús M., vivía en Tijuana, Baja California con su novia y uno de mis hermanos, pero viajaba constantemente por sus negocios de taquería en Sinaloa y porque la totalidad de sus hijos vivían entre los dos estados.
Es un hombre muy simpático, gracioso y galán con las chicas. Formó una familia para nada tradicional, fuimos 11 hijos con diferentes mamás y, a pesar de que fue complejo, mi relación con mis hermanos es muy buena y no tengo objeciones con su paternidad; en cambio él tuvo una infancia realmente dura, no tuvo cuidados por parte de su madre y trabajó desde pequeño para mantener a sus tres hermanos menores.
Me enteré de su desaparición un día después cuando le devolví la llamada a su novia. Al instante viajé de Ensenada a Tijuana, allá me quedé con mis hermanas menores y su madre, con quienes viví el proceso de los primeros días sin él. Como a la semana nos enteramos de que mi papá había ido a Culiacán –no sabemos por qué– y que, en una de las colonias, personas desconocidas lo subieron a una camioneta. Desde eso no tenemos razón alguna de él.
La investigación sobre su desaparición no ha avanzado mucho, además, como yo vivo en otro estado se me ha dificultado estar pendiente. Sin embargo, trato de involucrarme de alguna forma para sentir que hago algo para encontrarlo. Por ejemplo, llamo constantemente a la señora del Ministerio Público que lleva su caso para saber cómo va el proceso, y una vez que fui a Sinaloa, aproveché para ir a la Fiscalía y dar mi sangre para las pruebas de ADN; aunque me dijeron que no era de mucha ayuda por que soy mujer, le dije a la madre de dos de mis hermanos menores para que ellos fueran y se hicieran la prueba, así sentí que aporté un poco más.
Luego, cuando me uní al colectivo Siguiendo Tus Pasos, noté que hay otra forma de aportar para que se agilice el proceso, y es encontrando información por mi cuenta. Lo hago yendo a Sinaloa a preguntar: “¿y tú qué sabes de esto?”,” ¿y tú qué sabe del otro?”, insistiendo con familiares y conocidos. Es algo que me genera mucho conflicto y para hacerlo debo tener mucha inteligencia emocional, es uno de los temas que trabajo en terapia. Prácticamente, eso es en lo que he avanzado, en la búsqueda formal.
Yo sé que en el caso de mi papá no hago gran cosa a la distancia, pero desde el colectivo he empatizado con la situación de mis compañeras, la mayoría madres, así que el poquito tiempo que podría estar usando para buscarlo en otro estado, lo utilizo para apoyar en la búsqueda de otros desaparecidos. Sé que aquí no voy a encontrar a mi papá, pero estoy haciendo algo por la misma situación que me lo arrebató a mí, por el mismo fenómeno que le arrebató un hijo a mi compañera. Eso hace un colectivo, hacer colectivo un mismo dolor.
Emocionalmente, vivir e involucrarme en la desaparición me ha afectado en gran medida, me pongo tensa y me deprimo durante mucho tiempo. Ni siquiera sé dimensionar qué es más complejo en este tema, la verdad, creo que todo es terrible, no hay algo menos doloroso o más doloroso; las emociones más palpables son la impotencia y la vulnerabilidad. La primera, la siento constantemente, no poder darle un fin a esta situación, no tener respuestas, y la segunda, la viví con mis relaciones personales más cercanas, a raíz de la desaparición de mi papá caí en noviazgos violentos e insanos.
Tomar terapia frecuentemente me ha funcionado y me ayuda a estar estable en las demás esferas de mi vida; asimismo, el colectivo me ha dado la oportunidad de poder asimilarlo. Cuando veo a las mamás buscando a sus hijos sin descansar ni un solo día, me recargan, su fuerza y su valentía me hacen despertar y conectar todos los días.
La primera y única vez que fui a una búsqueda en campo distinguí esa fuerza y comprendí la complejidad de lo que vivimos en México. Estando ahí llena de adrenalina, no me daba cuenta de lo que estaba haciendo, de que estaba escarbando, ni siquiera me daba cuenta de que estaba cansada. Pero cuando llegué a mi casa, me bañé y me acosté, me dije: “¿qué carajos hice hoy? Neta, ¿en qué país vivo?, ¿en qué humanidad vivo para que una persona no pueda tener un final normal como cualquiera?, ¿por qué tenemos que estar buscando de esa forma?”. Y eso es inmensamente triste.
En México la desaparición es como un sometimiento, es un ejercicio sistemático que te somete, y cuando vives entre tanta violencia lo único que quieres es irte. Personalmente, ya no aguanto. He pensado en irme a vivir a otro país, no porque esto no pase en otros lugares, sino porque los niveles de violencia no son tan enormes. Además, considerar tener hijos o formar una familia aquí me da pavor, no podría, y eso me frena en mi vida personal, me frena para conocer personas y establecer relaciones.
Pero, aunque me quiero ir, sé que no podría quitar la problemática de mi mente. Cuando esto te pasa, creo que ya no te deja, ya no lo puedes soltar; si en dado caso, yo encontrara a mi papá, sé que no podría parar ahí, ni siquiera si viviera en otro país.
¿Cuándo se va a terminar esto en México si es sistemático? La verdad no lo sé, lo veo muy complejo. Creo que yo nunca podré cerrar lo que me pasó, la desaparición de mi papá estará ahí para siempre. Solo espero tener las fuerzas para seguir haciendo algo, por mínimo que sea, tener ánimos, tener fuerza, tener aliento para poder seguir buscando.
Soy profesora normalista y socióloga. Nací en el estado de Puebla y llegué a Baja California en el 2011, ya hace 10 años. Cuando me preguntan porque soy acompañante pienso en varias cosas al mismo tiempo. Creo que el fenómeno me ha seguido. Acompaño porque estoy convencida que ninguna persona debería ser desaparecida, pero también porque en cada caso recuerdo el de Fermín Mariano Matías, hermano de Manuel mi compañero de vida.
Fermín salió de su domicilio el 18 de junio de 2009 en la ciudad de Puebla. Algunos compañeros refieren haberle visto entre el 22 y el 23 de junio del mismo año. Él fue desaparecido y, posteriormente, ejecutado extrajudicialmente. Al momento de su desaparición era estudiante de maestría en el Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue un compañero de lucha, atleta amateur, militante de organizaciones estudiantiles, defensor de las casas de estudiantes y asesor de organizaciones indígenas en la entidad.
Figura 5.6 Adriana Jaén.
Acompañar es más que redactar un oficio o hacer una llamada para gestionar algo, acompañar significa poner el cuerpo. Poner el cuerpo: para que otro se apoye, para estar tres horas sentada en el Ministerio Público y que al final no atiendan a las víctimas, para ir a una manifestación, para ir a búsqueda y rascar la tierra junto con las familias. Acompañar es poner el cuerpo para ir al Servicio Médico Forense (SEMEFO) y fungir como apoyo físico y emocional, después de ver imágenes muy fuertes, y cuando el cuerpo del otro literalmente ya no puede. A eso me he dedicado en los últimos tres años de mi vida.
Soy profesora normalista y socióloga. Nací en el estado de Puebla y llegué a Baja California en el 2011, ya hace 10 años. Cuando me preguntan porque soy acompañante pienso en varias cosas al mismo tiempo. Creo que el fenómeno me ha seguido. Acompaño porque estoy convencida que ninguna persona debería ser desaparecida, pero también porque en cada caso recuerdo el de Fermín Mariano Matías, hermano de Manuel mi compañero de vida.
Fermín salió de su domicilio el 18 de junio de 2009 en la ciudad de Puebla. Algunos compañeros refieren haberle visto entre el 22 y el 23 de junio del mismo año. Él fue desaparecido y, posteriormente, ejecutado extrajudicialmente. Al momento de su desaparición era estudiante de maestría en el Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue un compañero de lucha, atleta amateur, militante de organizaciones estudiantiles, defensor de las casas de estudiantes y asesor de organizaciones indígenas en la entidad.
Para entonces, yo me formaba como docente en la Escuela Normal Superior del Estado de Puebla (ENSEP) y participaba como voluntaria en una brigada de alfabetización, fundada por Fermín, en la que realizamos trabajo comunitario en la sierra norte poblana. La figura de Fermín fue muy importante, él era de los compañeros mejor preparados política y académicamente; era un referente para quienes participamos en el movimiento estudiantil. La noticia de su desaparición nos cayó como balde de agua fría, y es que, nadie está preparado para algo así. Los compañeros más cercanos a él cuentan que no sabían cómo actuar, ni qué hacer.
El 10 de julio de 2009 se puso la denuncia por desaparición, pero la Procuraduría de Justicia de Puebla fue omisa en el proceso de búsqueda. Fue a finales de julio y sólo después de la movilización, emprendida por familiares y amigos, que las autoridades del estado de Tlaxcala comunicaron a la familia que posiblemente tenían noticias sobre el paradero de Fermín. Su cuerpo, sin vida, había sido encontrado desde finales de junio del 2009, permaneció algunos días en el SEMEFO y posteriormente fue enviado a la fosa común de un municipio del estado de Tlaxcala. Como en la mayoría de los casos, en el de Fermín, las autoridades se deslindaron de sus responsabilidades, lo criminalizaron, no lo buscaron y aunque lo encontraron no notificaron a la familia hasta el 27 de julio del 2009.
Sus familiares exhumaron el cuerpo y hasta hoy desconocen la verdad sobre los hechos. Tras el asesinato de Fermín, el trabajo colectivo se vino abajo. Por las características del caso, el perfil de Fermín y el contexto pensamos que se trató de una desaparición forzada y que estábamos frente a una represión selectiva. Muchos compañeros tenían miedo de que alguien más pudiera ser víctima de esa violencia. Tiempo después cuando ya inicié mi relación con Manuel, pude ver los impactos de la desaparición desde el lado de la familia y por supuesto que afecta. El daño es irreparable, muchas cosas se mueven al interior de las familias de las víctimas y la herida nunca cierra.
Más tarde, en 2014, cuando ya me encontraba en Baja California, tras el caso Ayotzinapa, organizamos algunas manifestaciones de protesta y en ese marco, una familia con el rostro de su hijo, impreso en una lona, nos pidió permiso para sumarse a la marcha. Me impactó muchísimo porque y no entendí ¿Cómo es que una madre tiene que pedir permiso para buscar a su hijo? Eso me hizo reflexionar sobre el tipo de sociedad en el que vivía, y sobre el país que hemos construido y que nos ha construido también.
Al llegar aquí todo me parecía muy diferente, como si Ensenada estuviera aislada de las problemáticas sociales que se vivían en el resto del país. En 2014, cuando el caso Ayotzinapa, la gente creía que no era necesario alzar la voz porque esas cosas, las desapariciones, aquí no ocurrían. Hasta que a finales de 2016 y durante todo 2017 empezamos a vivir un aumento drástico de la violencia. Los episodios violentos aumentaron en cantidad y magnitud. Algo estaba pasando. De pronto las noticias eran el hallazgo de cuerpos sin vida, arrojados a la vía pública y con huellas de tortura, el hallazgo de fosas clandestinas y la presencia pública de familiares que clamaban conocer el paradero de sus seres queridos.
En septiembre de 2017, recibí una llamada de una compañera de la facultad para contarme que un primo suyo había desaparecido y que no sabían qué hacer. Fue en ese momento que se hicieron públicos varios casos de desaparición en Ensenada. Algunas familias, que no se conocían entre sí, colocaron lonas con datos de sus familiares desaparecidos, en un puente peatonal, frente a las oficinas del gobierno del estado en Ensenada. Anuncios de: “se busca”, “ayúdanos a localizarlo” y “mi familia me sigue buscando” hicieron más notoria la situación.
Entonces el presidente municipal de aquel tiempo, Marco Antonio Novelo, ordenó retirar las lonas y declaró públicamente que eran contaminación visual y que, si las familias querían tenerlas ahí, tenían que pagar como cualquier persona que paga para tener un anuncio. Su declaración se hizo viral en redes, en cuestión de minutos. Fue en ese momento cuando se organizó la primera rueda de prensa de familiares de desaparecidos, logrando que el presidente se retractara y comunicara con las familias. Se generó una reunión a la que asistieron siete familiares de desaparecidos, dos compañeras guiaron la discusión y se llegó al acuerdo de generar un siguiente espacio para dialogar con Perla del Socorro Ibarra, entonces titular de la Procuraduría General de Justicia de Baja California (PGJEBC).
En ese momento creíamos que lograr una reunión con la procuradora iba a ser muy importante y quizá lo fue, porque sentamos un precedente. Cuando finalmente pudimos hablar con ella surgieron tareas y responsabilidades de las que nos hicimos cargo de la mano de las familias; así fue como se creó Siguiendo Tus Pasos, sobre la marcha. Nadie lo planeó. Las condiciones de violencia orillaron a las familias a organizarse y no pude permanecer indiferente al dolor propio y ajeno. Decidí acompañar a aquellas mujeres porque creo que nadie, ninguna madre, ninguna familia, debería buscar sola.
Como resultado del diálogo con la procuradora y gracias a la presión social ejercida por las familias, se establecieron mesas de trabajo para revisión de expedientes y se logró la recuperación de dos cuerpos, de personas desaparecidas, que habían sido encontrados en una fosa clandestina en abril del 2018 y de quienes la PGJEBC había ocultado información. Desde entonces, han sido tres años de múltiples aprendizajes. A nivel profesional he aprendido mucho en esta labor, pero también ha sido necesario documentarme de manera continua, por ello decidí estudiar una maestría, en un intento por entender el fenómeno de la desaparición de personas en Baja California.
A nivel personal me he fortalecido con las historias de todas las familias, me encontré con un grupo de mujeres, que a pesar del dolor que viven y de las carencias económicas, sacan fuerzas, de no sé dónde, para seguir buscando. Ver estos procesos de resistencia ha sido muy significativo, pero también difícil de atestiguar, porque no es fácil estar en un ambiente cargado de dolor.
¿Por qué desaparecen personas en BC?
Porque se puede. En Baja California hay personas que desaparecen, asesinan y torturan a otras personas porque pueden hacerlo, sin que nada pase. El nivel de impunidad es tal que no pasa nada. Los perpetradores de las desapariciones ya ni siquiera se esfuerzan por ocultar sus crímenes o, quizá, en momentos estratégicos, no quieren ocultarlos y es una especie de mensaje para quienes observamos. En Ensenada, desde la experiencia de Siguiendo Tus Pasos, hemos visto que las fosas y las inhumaciones clandestinas que en ellas se hacen, son casi superficiales, van de 40 a 80 centímetros de profundidad, en lugares ubicados a escasos metros de fraccionamientos urbanos ¿Cómo puede ser posible?
Además, hay factores contextuales que es importante considerar. Por un lado, el fenómeno migratorio ocasionado por la cercanía con la frontera. Por otro, la presencia de actores armados que controlan la zona. Con ello no quiero decir que las víctimas estén involucradas en actividades ilícitas. Como acompañante he podido observar que las historias detrás de las desapariciones son múltiples y diversas. Lo que digo es que las desapariciones están ocurriendo en un contexto donde el tráfico, comercialización de drogas y disputa del territorio, por parte de grupos armados, se está agudizando.
Buscar en ese contexto es una labor compleja que están realizando mayoritariamente las familias y quienes les acompañamos. La tarea parece titánica si consideramos que en Baja California no se cuenta con los recursos necesarios para la búsqueda. El personal de la fiscalía y de la Comisión Local de Búsqueda es insuficiente y, en su mayoría, carece de la capacitación necesaria; lo que ha derivado en episodios revictimizantes para las familias y en hechos que atentan contra la dignidad de las personas desaparecidas.
Ir a una búsqueda y ver el tratamiento que las autoridades dan a los cuerpos encontrados, porque ya ha pasado que olvidan fragmentos óseos, o que las familias buscan sin descanso, mientras las autoridades sólo observan, son parte de lo que enfrentan quienes tienen un familiar desaparecido. Sin embargo, sólo las familias pueden dar cuenta fiel del daño que la desaparición ha causado en sus vidas. Lo que sí sé con certeza, es que estar en un colectivo de búsqueda implica paradójicamente convivir en un espacio cargado de dolor y frustración, pero también de amor y esperanza al mismo tiempo.
Mi hijo fue desaparecido en 2011 en Tijuana, cuando intentaba cruzar a Estados Unidos para regresar con sus hijas y su esposa luego de haber sido deportado.
Se me fue el tiempo sumida en el dolor. Entré en depresión y nunca tuve ayuda psicológica.
Pasaron esos 6 años tan dolorosos y decidí retomar la búsqueda de Giovanni, sola por mi cuenta; yo me decía “si yo no hago algo, nadie lo va a hacer”. Viajé a Baja California, sin conocer a nadie, sin conocer el estado. En Tijuana intenté poner la denuncia y tampoco me ayudaron. Así fue como inicié mi tiempo acá, mi vida se convirtió en búsqueda-trabajo, trabajo-búsqueda.
Figura 5.7 A Giovanni Miguel Linares lo busca su madre Isabel Linares
Se me fue el tiempo sumida en el dolor. Entré en depresión y nunca tuve ayuda psicológica. Pasaron 6 años desde la desaparición de Giovanni, mi hijo, y para mi fueron como 3 días. Algunos me decían que ya perdía la razón, y yo ya pensaba en el suicidio, pero creo que mi fe me sostuvo.
Mi hijo fue desaparecido en 2011 en Tijuana, cuando intentaba cruzar a Estados Unidos para regresar con sus hijas y su esposa luego de haber sido deportado. Al ver que él no se comunicaba conmigo para avisarme de su llegada, me contacté con un abogado que no cobraba muy caro para que indagara qué había pasado con Giovanni. Me dijo: “¿sabe qué?, efectivamente quiso pasar y lo agarraron y lo detuvieron 20 días”. ¡20 días, me dice! Le pregunté qué había pasado después de eso, y me respondió: “pues ya no se sabe más”.
El abogado se ofreció a investigar más e ir personalmente a migración, pero debía pagar un poco más y yo no tenía el dinero, así que decidí ir yo misma al consulado de México en Los Ángeles –en ese momento yo vivía en Santa Clarita, California–. Ahí me pidieron una foto, se las llevé y me dijeron: “pues en los registros no hay, lo más probable es que se quedó en el desierto su hijo”. En medio de esa primera búsqueda, otro de mis hijos que vivía en Veracruz se me estaba muriendo y tuve que salir volada hacia México.
Pasaron esos 6 años tan dolorosos y decidí retomar la búsqueda de Giovanni, sola por mi cuenta; yo me decía “si yo no hago algo, nadie lo va a hacer”. Viajé a Baja California, sin conocer a nadie, sin conocer el estado. En Tijuana intenté poner la denuncia y tampoco me ayudaron. Así fue como inicié mi tiempo acá, mi vida se convirtió en búsqueda-trabajo, trabajo-búsqueda.
Igual, no era la primera vez que me decidía a tomar un rumbo sola y por mis hijos en circunstancias tan difíciles. Siendo más joven viví violencia doméstica por parte de mi esposo. Él nunca me pegó, pero era muy ofensivo verbalmente, me decía que ya no me soportaba, que de nada más oír mi voz se molestaba, que cuándo me iba a ir y muchas cosas que me hirieron. Con el tiempo tuve la fuerza y me mudé a EE.UU., y poco a poco me fui llevando a mis tres hijos.
La diferencia esta vez era que estaba sola. Fui a Mexicali, fui a Ensenada, fui al CERESO, fui al hongo, a todos lugares donde sabía que había personas detenidas, fui con la fotografía de Giovanni a buscarle, pero no encontré nada. Finalmente, logré levantar la denuncia y en 2018 conocí a Angélica Ramírez del colectivo Siguiendo tus pasos.
Gracias a Angy que nos ayuda, nos apoya y que conoce mucha gente, he tenido orientaciones y terapias de psicología, que me han beneficiado bastante. Angy ha peleado porque mi caso sea federal y para que la Fiscalía me concediera la calidad de víctima, con la que por ahora he recibido el beneficio de las sesiones de tanatología y a la espera para tratar mi carcinoma de mama.
Aunque yo trato de participar en todos estos espacios, a veces no puedo faltar al trabajo porque allí les molesta que los empleados fallen y si lo hacemos, nos descuentan del pago. A ellos no les importa que la razón de mi ausencia sea por el proceso de búsqueda de mi hijo. A ellos les interesa su dinero, su tiempo, su empresa, no les interesa si tu familiar está desaparecido; igualmente, a las autoridades. Ellos creen que con dar ayuda económica están solucionando la situación y haciendo su ‘trabajo’, y no es así, el colectivo y las familias terminamos haciéndolo por ellos.
Uno conoce tantas historias y ve tantas cosas, que no concibe por qué hay gente tan mala. Y aunque no sea mi hijo, mi papá, mi hermano, a mí me duele mucho, porque sé que es el hijo de alguien, el hermano de alguien, el esposo de alguien. Todos los que estamos en una búsqueda, no nos conocemos, pero nos une una misma causa. Estamos en el mismo barco, tenemos algo en común: un desaparecido y buscar es nuestro objetivo.
Yo, Isabel Linares, espero encontrar a mi hijo, y obvio, encontrarlo con vida. Pero de algo sí estoy yo convencida, si yo no lo he encontrado todavía es porque Dios no ha querido.
La búsqueda de mi hija inicia en enero de 2019 aquí en Ensenada. Alejandra tenía 24 años en aquel momento, era muy alegre y le gustaba cantar, cantaba en bodas y fiestas de quince años.
Me pasé toda esa noche en vela llamando a amigas y conocidos de mi hija, sin embargo, a mi familia no le dije nada porque no quería preocuparles.
Durante ese tiempo de estar empujando al Ministerio Público para que hiciera su trabajo, yo publicaba en redes sociales información de Alejandra para ver si alguien la había visto y se contactaba conmigo. Fue así como llegué a Siguiendo tus pasos.
Figura 5.8 A Alejandra Ochoa Díaz la busca Isabel Díaz
Siempre hay quienes me preguntan: “¿Qué ha pasado, Isabel? ¿Se sabe algo?”; y, pues no, seguimos igual, seguimos en la búsqueda. A veces pienso que realmente lo tenía todo: mi trabajo, mis hijas, mi casa, mi perro, mis plantas, todo; no me faltaba absolutamente nada. Con la desaparición de Alejandra, ni siquiera el “¿cómo estás?” se puede responder, pero aquí seguimos esperando.
Trabajo en un hospital, específicamente en la caja que es la entrada y la salida. No mentiré que siempre se me forma un nudo en la garganta cuando las personas se me acercan y me hacen esas preguntas, pero es algo en lo que he estado trabajando con la psicóloga del DIF (Desarrollo Integral de las Familias).
En el trabajo he recibido un gran apoyo, me dan los permisos cuando necesito ocuparme de los trámites y la búsqueda de Ale. Mi jefa de recursos humanos me dice que cuando necesita fortaleza voltea y me mira. “Eres un ejemplo. A pesar de tus problemas estás todos los días aquí, a todos nos saludas y a todos nos sonríes”. Soy el sustento de mi familia y mi trabajo es fundamental y soy afortunada de que sea estable.
La búsqueda de mi hija inicia en enero de 2019 aquí en Ensenada. Alejandra tenía 24 años en aquel momento, era muy alegre y le gustaba cantar, cantaba en bodas y fiestas de quince años. La mañana del 27 de enero Ale se ofreció a ir por el desayuno, me dijo que un amigo la iba a acompañar y yo le dije que estaba bien. A la media hora le marqué porque ya se me hizo mucho tiempo para que no regresara, estando tan cerca de donde iba a traer el alimento. Esa vez me respondió y me dijo que ya venía. Esperé y nada, le volví a marcar y no me contestó… ya no volvió a contestar.
Con la investigación nos dimos cuenta que ella nunca llegó a la tiendita, en las cámaras no hay registro de que llegara a ese lugar. El joven que supuestamente la acompañó dijo que él la dejó allí, pero que él no sabía nada más.
Cuando Ale dejó de contestar, recordé que esa mañana más temprano ella me había pedido prestado mi teléfono para comunicarse con alguien, así que devolví la llamada a ese número. Me contestó un muchacho. Él me acompañó a poner la denuncia en la PGJ (Procuraduría General de Justicia), aún cuando los dos manteníamos la esperanza de que Ale regresará. En la Procuraduría me dijeron que la denuncia no procedía porque eran muy pocas horas de desaparecida, que debía esperar las 72. Me empezaron a decir que seguro ella se había ido con el novio o que debía tener problemas conmigo, porque era muy joven y los jóvenes hacen esas cosas.
Me pasé toda esa noche en vela llamando a amigas y conocidos de mi hija, sin embargo, a mi familia no le dije nada porque no quería preocuparles. Igualmente, yo pensaba que a lo mejor sí regresaría, que no era lo acostumbrado de ella, pero que podía suceder. Al día siguiente volví a la PGJ y en la tarde aceptaron mi denuncia como desaparecida. Luego, al tercer día mi mamá y mis hermanas marcaron a preguntarme por qué no habíamos ido Ale y yo a visitarlas, yo les respondí que estábamos en la casa –nos acabábamos de mudar- bien ocupadas arreglando.
Para una de mis hermanas como que esa respuesta no fue suficiente, así que fue a buscarme. Me dijo que mi mamá estaba muy preocupada porque Alejandra no ha ido en tres días y ella siempre iba a ayudarles y a preguntar cómo estaban. Teniendo a mi hermana de frente ya no puede ocultar más lo que estaba pasando, así que le dije: “es que Ale no llega. No llega”.
Cuando me di cuenta que Alejandra no iba a regresar pronto, puse como principal sospechoso y responsable de su desaparición a su ex novio. Ellos habían terminado un mes antes, pero ese hombre no la había dejado en paz. La acosaba de todas las formas posibles: la perseguía, intentaba meterse a la casa, intimidaba a mis otras hijas y ya estaba poniendo en riesgo a toda mi familia, de hecho, en varias ocasiones tuvimos que llamar al 911. Muchas veces ocurrió mientras yo estaba trabajando, tuve que llamar a familiares para que fueran a auxiliar a Alejandra.
Dadas las circunstancias, decidimos solicitar una orden de restricción, pero lo único que hicieron las autoridades fue citarlo y carearlo conmigo para que yo le pidiera de frente que por favor nos dejará de molestar y no se acercará a mi casa ¡¿Cómo es eso posible?! Cómo es posible que las autoridades nos expongan y violenten de esa manera. Me tuve que fajar y hablarle de frente a esta persona para que a los minutos pasara por mi casa riéndose.
A las dos semanas de esta denuncia, desapareció Ale.
El Ministerio Público tardó seis meses para hablar con ese hombre, solo lo hicieron cuando yo misma los llevé hasta su casa y les mostré dónde vivía; según ellos, nada que daban con su domicilio. Luego, le dejaron el número para que el muchacho se comunicara con ellos. Yo le decía a la funcionaria del Ministerio Público: “¿Cómo crees que él se va a comunicar contigo?, si yo prácticamente te llevé de la mano a su casa, te tuve que llevar y pedir que platicaras con él. Y cuando te hablé de él, se te hizo conocido”.
En ese momento supe que no iba a tener respuestas en Baja California y decidí hacer mi caso federal. Dejé de hablar aquí de ciertos asuntos, porque cuando yo le dije el nombre de ese muchacho a mi MP, yo dije el nombre y ella dijo el apodo, ahí perdí totalmente la confianza.
Durante ese tiempo de estar pullando al Ministerio Público para que hiciera su trabajo, yo publicaba en redes sociales información de Alejandra para ver si alguien la había visto y se contactaba conmigo. Fue así como llegué a Siguiendo tus pasos. Recibí el mensaje de una amiga de primaria que me contó que su hermano también estaba desaparecido y que ella hacía parte de un colectivo. Al rato me contactó Adriana Jaén, Adri, para quedar y platicar. Nos reunimos y me contó sobre ella y las demás familias que estaban pasando por lo mismo. Al instante entendí que necesitaba ese apoyo, que las necesitaba a ellas.
Fue un cambio total, con el colectivo las autoridades te escuchan un poquito más y le dan el seguimiento a tus carpetas. El caso de Ale está clasificado como Desaparición Forzada y estamos esperando con Derechos Humanos a que también sea revisado desde la perspectiva de violencia de género, pero con el asunto de la pandemia y el COVID ha estado muy lento el proceso. A la par nosotras seguimos con la búsqueda, tanto en vida como en campo.
La búsqueda en vida fue muy fuerte, fuimos a los Ceresos de Tijuana, Tecate, Mexicali y Ensenada. En ese último nos dejaron entrar a ver a los internos, como era la primera vez e íbamos en grupo no nos revisaron como lo hacen con las personas que van a visitar a sus familiares. Para mí fue impactante pasar por las celdas con la foto de mi hija y preguntar si sabían algo de ella y que un muchacho me dijera: “Yo a usted no la conocía, pero a su hija sí”.
¿De dónde la conocía? Pues en este camino me enteré de muchas cosas que no sabía de mi hija. Para mí todo estaba súper bien, pero no era así. Resulta que cuando yo me iba a trabajar, entraban personas a mi casa, no sé a qué ni por qué. El joven del Cereso me dijo que no podía decirme nada, pero que daría su declaración, me preguntó con quién de todos los que me acompañaban en ese momento –íbamos con la Fiscalía de México– tenía que hablar. Su declaración aún no está en la carpeta debe ser porque todo va muy lento, con decir que en México ya me han cambiado dos veces mi MP.
También hay otro muchacho que ya dio su declaración. Él vino a preguntar por Ale cuando desapareció, me dio la sensación de que él sabía qué había pasado con ella y trate de convencerlo para que me dijera algo, pero no quiso; así que le di el número de mi MP para que hablara con ellos. Al parecer fue y dio algunos nombres que están investigando, a dos de esas personas ya las mataron.
La búsqueda ha representado cambio en mi vida. Me mudé porque era muy doloroso ver el cuarto de Alejandra, su perrita se sentaba ahí como esperándola y eso me lastimaba bastante. Mi familia se rompió, casi no se habla de Ale, mi mamá entró en shock y evade las cosas, y mis hermanas intentan apoyarme, pero les cuesta estar conmigo, ellas me dicen que no saben cómo llegar a mí.
Mis amistades también cambiaron el trato, algunas se alejaron, otras a veces me visitan, me llaman o me mandan mensajes diciendo que están conmigo y se interesan por mí, aunque no me pregunten todo el tiempo porque lo hacen para no lastimarme; y las entiendo. La primera vez que cambié la foto de mi perfil por una donde estaba con todas mis hijas, me llovieron cientos de mensajes de si ya había regresado Ale, entonces fue cuando decidí no volver a publicar porque la gente está esperando, está esperando una respuesta y cada vez que yo vaya a mover algo, ellos van a estar ahí preguntando.
Pero, por otro lado, también tengo el apoyo de mis compañeras del colectivo y de algunas amigas que se ofrecen a acompañarme a las búsquedas de campo aunque no sepan qué hacer. Sé que, si yo llegara a faltar, ellas seguirán buscando a mi hija por mí, porque cuando salimos a buscar, no salimos a buscar nada más a uno sino a todos. Estar rodeada por ellas me fortalece.
A estas alturas espero que las autoridades hagan su chamba realmente y que se enfoquen en lo que deben de hacer; y quiero encontrar a Ale, ya a estas alturas como sea, con vida o sin vida, pero encontrarla, eso le daría paz a mi familia a mí y, creo que, a su perrita también.
Baja California ha sido un estado que le ha apostado al cansancio de los familiares en el tema de desaparición. Le apuestan a que los familiares se cansen y dejen de buscar, le apuestan a que los familiares se cansen y no pidan justicia, le apuestan a que los familiares se cansen y dejen de pedir información.
Por eso es tan importante estar al pie del cañón para que las instituciones trabajen, aunque eso sea difícil. No debemos darles el gusto de que sigan subestimando a la gente, pensando que no leen ni se informan. Cuando empecé a darme cuenta de esto, de cómo las autoridades humillaban y discriminaban a las madres, decidí tomar el rol de acompañante, pensando en que les podría ayudar desde mi experiencia en la búsqueda de una persona desaparecida.
Figura 5.9 Angélica Ramírez acompaña al colectivo Una Nación Buscando-T.
Baja California ha sido un estado que le ha apostado al cansancio de los familiares en el tema de desaparición. Le apuestan a que los familiares se cansen y dejen de buscar, le apuestan a que los familiares se cansen y no pidan justicia, le apuestan a que los familiares se cansen y dejen de pedir información.
Simplemente, le apuestan al Síndrome del mexicano, a que a la gente se le olvide y se conforme con lo que hay. Yo lo llamo así porque en México tenemos la costumbre de decir: “Ay, para qué voy si me van a decir esto”, y no vas, o, “Ay, para qué voy si hay una fila larguísima y luego me van a decir que no”, y no vas. Incluso, pasa en el colectivo, compañeras que preguntan que por qué vamos a revisar expedientes si nos van a decir que no tienen nada. Pensar así hace que las personas realmente crean que es una pérdida de tiempo insistirles a las autoridades, y no lo es, porque le estás recordando al Ministerio Público que ahí estás, que ahí sigues.
Por eso es tan importante estar al pie del cañón para que las instituciones trabajen, aunque eso sea difícil. No debemos darles el gusto de que sigan subestimando a la gente, pensando que no leen ni se informan. Cuando empecé a darme cuenta de esto, de cómo las autoridades humillaban y discriminaban a las madres, decidí tomar el rol de acompañante, pensando en que les podría ayudar desde mi experiencia en la búsqueda de una persona desaparecida.
Fue hace cinco años cuando Yasmín, la hija de una amiga de mi trabajo desapareció con su bebé de meses. Empecé a acompañarla en la búsqueda de su hija y de su nieta, yendo a poner la denuncia, a seguir los avances de la investigación y demás. Durante ese tiempo me di cuenta de todo lo que pasaba en la Fiscalía, de cómo trataban a los familiares, cómo los humillaban, cómo los catalogaban, cómo los discriminaban. También fui testigo de cómo se desintegraban las familias en estas búsquedas, muchas por miedo o cansancio dejaban de buscar. Pero, lo que más despertó en mí el deseo de ayudar a esas familias fue ver la crueldad de los servidores públicos hacia las familias desesperadas.
Encontramos a Yasmín a los dos meses, calcinada, pero no había rastro de la bebé. Casi un año después, dimos con su paradero, claramente con unas características físicas muy diferentes con las que estábamos buscándola. Encontrarla con vida nos llenó de alegría y marcó el final de esta búsqueda, pero pensamos en las familias que se habían unido a nosotras y nos habían apoyado en las manifestaciones y en las marchas, ¿quién las iba a ayudar?
Por esa razón, tomamos la decisión de crear Una Nación Buscando-T, este colectivo de búsqueda o más bien, este colectivo de acompañantes. Llevamos cinco años trabajando, acompañando a las familias en todo. Hemos ido progresando poco a poco, empezamos con búsquedas en las oficinas del gobierno y después, al ver que eso no funcionaba mucho, nos incorporamos a la búsqueda en campo.
Ha sido un trabajo de 24 horas, los 7 días de la semana, los 365 días del año, no hay descanso ni de día ni de noche. Siempre tienes que estar atenta a las mamás, a la información que te dan, a lo que ellas sienten y a lo que ellas quieren que busquemos. A lo mejor mucha gente piensa que es muy fácil ser acompañante o voluntaria de familiares, pero es un trabajo muy demandante, cumples con todos los roles pensables y tienes que estar para ellas sin importar lo que pase, siempre con buena cara y buen ánimo porque ellas ya vienen cargadas con el dolor de la desaparición.
Es un trabajo complicado pero muy bonito, muy satisfactorio cuando nace de tu corazón. También cuando hay búsquedas positivas, pues ves a familias aliviadas porque después de años de buscar a su familiar, finalmente lo encuentran. La otra vez, escuché a alguien decir que en búsqueda yo soy como un animalito que sueltas y andan en su hábitat, y en realidad así me siento, en mi hábitat cuando ando con ellas. Quisiera tener más tiempo, más dinero, más de todo para seguirlas apoyando, pero por ahora estoy para ellas con lo que tengo, esa es mi labor.
Como colectivo creo que el reto más grande es mantenernos unidas. Se han presentado algunos casos de madres que deciden continuar su búsqueda por otro lado, solas, o creando otro colectivo; en ocasiones salen peleadas o enojadas conmigo o con las demás compañeras, pero igual las sigo apoyando, porque igual seguimos teniendo un objetivo mutuo: encontrar a los familiares desaparecidos.
¿Por qué desaparecen personas en Baja California?
Antes, el gobierno, la sociedad y los servidores públicos eran incisivos con el tema de que si estaban desaparecidos era porque andaban en malos pasos o estaban vendiendo droga o eran adictos. Ahora, la desaparición mutó, es algo que no tiene nombre, porque hoy en día cualquier persona puede desaparecer.
No sé por qué, no sé si se están perdiendo los valores o si la sociedad se está echando a perder con tanta cosa que se ve en redes sociales, en televisión o en películas. Pero, actualmente, no es descabellado pensar que tu mejor amigo, tu novio, tu esposo, tu hermana, tu hermano, tu mamá o cualquier persona te pueda desaparecer por las circunstancias que sean.
La violencia sobrepasó a toda la sociedad, la impunidad que hay dentro del gobierno es tan grave que la gente no tiene miedo de hacer algo tan inhumano, y te lo dicen, a lo mejor en broma, pero te lo dicen: “Prefiero matarla y desaparecerla, a estar lidiando con ella o con él” o “No importa que lo mate, de todos modos el gobierno no investiga” o “¿Qué tiene que lo entierre? ¿Quién más se va a dar cuenta que yo fui?, porque nadie investiga, porque no hay justicia”.
Eso de que no hay justicia está haciendo que las personas dejen de ser sensibles a la humanidad y se hagan criminales. No es necesario ser rico o millonario para que te secuestren, ahora desaparecen al más pobre porque no tiene recursos para pelear, no tiene recursos para defenderse o no sabe de la ley, no conoce sus derechos. Desde ahí viene esa impunidad, está haciendo que las familias dejen de ser familias, los amigos dejen de ser amigos, los vecinos dejen de ser vecinos.
Personalmente, culpo al gobierno de esta impunidad y de esta falta de justicia. Ya no hay miedo a las autoridades, ya no hay miedo a caer a la cárcel, ya no hay miedo a nada de eso.
Sabemos que la búsqueda implica un largo camino, casi siempre lleno de obstáculos, por lo que en la siguiente sección te compartimos una serie de formatos que puedes utilizar como una herramienta para la búsqueda de tu familiar desaparecido. Estos oficios están dirigidos a los titulares de algunas de las instancias que en Baja California tienen responsabilidades en materia de búsqueda, investigación y atención a víctimas.
📌 Los formatos se encuentran disponibles en un formato descargable y modificable.
Forma recomendada para citar
Elementa DDHH (2024). Desaparecer en Baja California. Ciudad de México, México.
ELEMENTA Derechos Humanos es un equipo multidisciplinario y feminista trabajando desde un enfoque socio-jurídico y político, aportando a la construcción y fortalecimiento regional de los derechos humanos.
Sitio web: https://elementaddhh.org
Facebook: @ElementaDDHH
Twitter: @ELEMENTADDHH
Instagram: @elementa_ddhh
LinkedIn: @ElementaDDHH
IBERO. Programa de Derechos Humanos. Universidad IBERO es una entidad privada dedicada a la investigación y educación superior creada y regida por Universidad Iberoamericana, Asociación Civil (UIAC).
Sitio web: https://programadh.ibero.mx/
Facebook: @DerechosHumanosIberoCM
Twitter: @PDHIBERO
Instagram: @ibero_cdmx
Youtube: @UIberoamericana
Nostrodata estuvo a cargo de la edición y adaptación de el contenido de este micrositio.
El código de este micrositio fue adaptado e integrado utilizando librerías de software libre.